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Relato corto: ‘El millonario’

¿Os ha pasado aquello de que estáis durmiendo plácidamente, soñando con algo interesante, y cuando os despertáis apenas recordáis fragmentos del sueño e intentáis apuntarlos para no olvidarlo? Pues eso me ha pasado hoy a mi, y voy a apuntarlo ahora mismo mientras lo aderezo con un poco de imaginación… así es, otro relato corto 🙂

Realmente creo que cuanto más leo y escribo, más crece mi nivel de narración, y eso me motiva mucho. Estoy deseando poder crear un cómic con algo de sentido y que no tenga ganas de tirarlo a la basura al leer las 3 primeras viñetas. Aquí va el relato, espero de verdad que os guste:

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¿Qué precio le pondríais a la felicidad? ¿Miles? ¿Millones? ¿Billones o trillones de billetes quizá? Vamos, todo en esta vida tiene un precio negociable, ¿no? Apuesto que si la felicidad se pudiese vender, tendría un precio con más ceros de los que se podrían imaginar; lo barato no llama la atención… suele ser menospreciado. La gente se pelearía por comprar la felicidad, cuanto más caro fuese su valor, sólo para incrementar su ego y sentirse mejor. Os preguntaréis por qué digo tantas tonterias, como si supiese de lo que hablo, ¿verdad? Bueno, soy millonario… o mejor dicho, lo fui.

Era un tipo ambicioso, no lo voy a negar. No importaba cuánto dinero tuviese, siempre necesitaba más, y a su vez, eso no era suficiente, y hacía más y más. Creo que a nivel de ambición y egoísmo, le ganaría al Tío Gilíto por mucho. La gente suele creer que la felicidad se puede comprar con dinero, y yo llegué a acumular mucho, muchisimo dinero… pero creo que en algún momento dejé de pensar siquiera en la felicidad. Más que una persona, parecía una máquina registradora; hasta que un día sucedió algo que lo cambió todo para mí.

Era un Martes por la mañana, lo recuerdo como si fuese ayer. Yo llevaba un maletín con unos 550.000 billetes, para cerrar un trato con una empresa que probablemente iba a darme grandes beneficios a la larga. Dinero recuperable. Debía subir a la planta 12 del edificio, allí es donde me esperaban. Por supuesto, no iba a subir andando por las escaleras con un maletín que pesaba lo suficiente como para que mi hombro me odiara. Cogí el ascensor. Apreté el botón de la planta 12. Se cerraron las puertas. Mientras el ascensor subía, yo silbaba «Yellow Submarine», y ahí fue cuando empezó todo. El ascensor se paró de golpe, haciendome tambalear, y se encendieron las luces de emergencia. Apreté el botón rojo de alarma, para que me sacaran de esa lata de sardinas flotante cuanto antes, y me dió un chispazo que fue 100 veces peor que si un rayo de Zeus golpease mi zona privada.

Vale, podréis llamarme loco, o reíros en mi cara, no me importa, yo sé lo que ví. Después de un rato en el suelo del ascensor, no recuerdo cuánto, me levanté. Debí desmallarme por el chispazo. Las puertas del ascensor estaban algo sueltas, como si los mecanismos hubiesen perdido la energía que los hace funcionar… asi que los abrí con mis manos. Delante de mis ojos ya no había un piso con oficinas, o mesas y sillas, o cualquier otra cosa que te encontrarias en un edificio. No. Delante de mí tenía un jodido desierto, con su arena, su viento cálido, y su inmensidad que se extendía por todo el horizonte.

Salí del ascensor, intentado asimilar la situación, mientras agarraba el maletin con el dinero como si fuese mi vida. Era lo único que me quedaba. Un montón de arena en mis zapatos y un maletín con suficiente dinero para comprar lo necesario y empezar de nuevo. Sólo me faltaba encontrar a alguien que me sacase de ese infierno… y parecía que tuve suerte. En el horizonte, un modelo de coche parecido a un Jeep se acercó a donde yo me encontraba. Le hice señas para que parase, y le pregunté con toda la amabilidad que pude: «¿Qué demonios es este lugar? ¿Hay algún sitio al que me puedas llevar? Tengo mucho dinero, puedo pagarte sin problema por las molestias». Lo que el conductor del Jeep me respondió, cambió mi vida para siempre: «Señor, ¿se está quedando conmigo? El dinero dejó de tener valor hace 27 años.»

Pensad lo que queráis… el caso es que yo estaba ahí de pie, en mitad de un montón de arenilla, sin nada más que un maletín con dinero en su interior, y para colmo, un tipo me dice que eso ya no vale. No me quedaba nada. ¿Qué iba a hacer? ¿Eso era todo? ¿Ya está? ¿Para eso me había esforzado tanto en amasar una fortuna, para luego morir de una forma tan deprimente en un sitio alejado de la mano de Dios?

Desolado, confuso y sin muchas esperanzas, le dije al tipo del Jeep: «Muy… amable. ¿Sabe si hay por aquí cerca algún sitio donde poder refugiarme?». El tipo del Jeep me respondió: «Claro, pero eso le costará papel.» -«¿Papel?» -pregunté yo. -«Sí, papel. Han sucedido muchas cosas en estos últimos años, la tecnología se ha vuelto muy rudimentaria, y el carburante se sustitutyó por algo parecido a las calderas. Necesito papel para poder llegar a la ciudad más cercana, mi Jeep apenas puede avanzar unos metros más. Usted tiene papel, ¿verdad?»

Le ofrecí todo el contenido del maletín, y fue fulminado por las llamas de las calderas de ese extraño Jeep. El tipo me llevó a una ciudad en la que pude asentarme, y después desapareció sin dejar rastro. Me va muy bien ahora, sigo sin comprender qué sucedió, ni cómo, y sigo preguntándome cómo es posible que el tipo del Jeep supiera dónde estaba yo en ese inmenso desierto y que tenía suficiente papel en el maletín como para hacer el trayecto. Trabajo con las manos, construyendo una ciudad con chatarra y sin apenas tecnología. He dejado de lado la ambición. Si me preguntasen ahora mismo por cuánto compraría la felicidad, no sabría muy bien qué responder, ya que aquí no existe el dinero… pero creo que mi felicidad costó 550.000 billetes.


Cafeína… esa droga

Otra actualización más. Esta vez le toca el turno al dibujo del cuál me he sacado mi imagen de perfil.
Es un dibujo que le dediqué a mi madre hace unos meses, cuando estaba a punto de empezar el verano. Fue una época en la que bebía cantidades ingentes de Cocacola (señores de Cocacola company… aprecio un donativo, la voluntad, por la publicidad :D), me llegaba a beber como unas 3 latas por día, o más… a lo que mi madre me decía que me estaba volviendo adicto. De ahí nació el siguiente dibujo:

La verdad, prefiero beber Cocacola a beber café, porque este último despierta bastante y luego te da un poco de bajón… aunque ignoro la cantidad de cafeína que tiene la Cocacola. No creo que tenga tanta cafeína… o al menos yo no la noto mucho. Cocacola, cocacola, cocacola, cocacola…… (Cocacola Company, insisto :D).