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Relato corto: ‘El restaurante’

Muy buenas, seguidores/as y visitantes de este nuestro erizo. No hace falta decir que me apasiona dibujar, creando escenarios, situaciones y personajes (sobretodo personajes, ya que los escenarios aun los tengo un poco verdes); pero también me gustan mucho los cómics, y algún día me gustaría dibujar uno. El principal problema es el guión, así que voy a escribir un mini-relato, para practicar mi redacción, y entrar en calor… de esta forma, voy añadiendo ideas para un posible guión. Perdonen si el texto tiene faltas graves o clichés, pero en fin… escribir no es mi campo, aun ^__ ^U

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Tengo los oídos taponados, otra vez. He ido al otorrino bastantes veces, y siempre es la misma respuesta: “Usted no tiene nada en el oído, señor. No tiene tapones de cerumen que hagan obstrucción, ni inflamación, y su nivel de audición es normal. Intente masticar chicle, o haga ejercicios con la mandíbula para quitar el taponamiento”. ¡Ya lo hago! Y siguen taponados.

De hecho, se me taponan de una forma un tanto aleatoria. Después de estar “trabajando” de 10 a.m. a 1:30 p.m., con sudor en la camisa de haberle “apretado las tuercas” a un idiota que valora más sus deudas que a su propia vida, y de tomarme un cremoso café italiano ¡PAM!, taponamiento. ¡¡Joder!! Normalmente, cuando se me taponan los oídos, siento una sensación de impotencia y noto como un cabreo me recorre el cuerpo, nublándome el juicio. Insulto a todos los Dioses existentes, y golpeo la mesa maldiciendo el universo entero. Pero ahora es distinto… Muy distinto.

En este restaurante suele venir a comer mucha gente, y rara vez está vacío. Estoy rodeado por unas 40 personas masticando, riendo, conversando sobre política, economía, sobre el dolor de cabeza habitual de sus mujeres o lo soso que es su marido en la cama… y sin embargo no oigo más que un murmullo ambiental (si es que se puede describir así), como cuando estás en la playa, tumbado, y escuchas el rubor de las olas azotadas por el viento.

Ha venido el camarero. Seguramente me ha preguntado qué deseaba tomar, pero no le he entendido. He respondido por inercia. No se ha dado cuenta de que no le escuchaba. Es bastante relajante. Estoy sentado en un restaurante, bebiendo un vino que no tengo ni puta idea de si es bueno o no mientras espero el plato que he pedido, rodeado de gente… y me siento muy relajado, como si estuviese en un templo, en el que se susurran oraciones ininteligibles. Es mi nirvana. Podría decir que está siendo el mejor momento del día. Si, de hecho, este podría estar siendo el mejor momento del día, si no fuese porque… estoy rodeado de gente, y me siento solo.

El búho del Lunes

Madrugar un Lunes es duro, al igual que lo es volver a trabajar/estudiar despues de una temporada masiva de descanso. A lo largo del Domingo, pensamos en el fatídico Lunes que se aproxima, cada vez más cerca, hasta que nos metemos en la cama/sofa/o cualquier otro lugar donde se descanse, con frases en la cabeza tales como «Jooooder, y mañana a madrugar» o «Vaya semanita me espera«.

A los búhos tambien les pasa, por supuesto. Se levantan de su cama en el tocón de árbol, bien entrada la noche, pensando «Jooooder, con lo a gusto que estaba en la cama, y ahora me toca cazar roedores«. El café ayuda a espabilarse… pero un Lunes es un Lunes, y en su cara buhil se refleja.

Estoy fatal de lo mio…