¿Sabéis esa sensación que se tiene en según qué momentos, como de soledad, de melancolía… que no es que te gustaría estar al lado de alguien, sino que lo NECESITAS, como el agua cuando se tiene sed?
Esa misma sensación, que nos presiona desde dentro y nos invade con tristeza, es la protagonista de la siguiente historia. Nadie desea estar solo… algunos toleran la soledad más, otros la toleran menos…. pero al final, nadie puede tratar la soledad con cordura; saca lo peor de nosotros, nos hace seres miedosos, aterrorizados, necesitados… impotentes. Y si a eso le sumas una situación que no comprendes, que se te escapa de las manos… el resultado es algo inexplicable con palabras.
Una chica estaba pasando el verano en la casa de la playa que tenían sus padres; quería alejarse de la ciudad, y relajarse bronceándose al sol, escuchando el rubor de las olas. Esta chica, no tenía una personalidad muy robusta precisamente, por lo que era bastante tímida. La soledad la aterraba, pero su impotencia a la hora de acercarse a gente nueva era aún mayor… así que consiguió convencer a un amigo suyo para que la acompañase a la playa.
Era una buena chica, con sus momentos de brillante genialidad y una simpatía muy dulce; pero sus miedos la bloqueaban, la impedían dar lo mejor de ella… y por desgracia, eso acababa cansando a los que la rodeaban. Su amigo estaba aburrido de tener que acompañarla a todos lados y de estar sacando tema de conversación cada 2 minutos, por lo que se creaban situaciones bastante forzadas… pero como amigo, quería lo mejor para ella, asi que hizo todo lo que pudo para no dejarla sola.
Una noche, después de un largo paseo por la playa bajo los fuegos artificiales, conversando sobre cosas aleatorias, volvieron a casa para descansar. Esa misma noche, era especialmente silenciosa, incluso el mar estaba en calma, y aunque había algo de brisa, el calor interrumpía el sueño de la chica de forma intermitente. No dejaba de dar vueltas en la cama, sin poder dormir durante ratos largos, empapada en sudor.
-«Oye.. ya sé que puede sonar raro, pero ¿podrías cogerme la mano? No puedo dormir y me estoy agobiando…«- dijo la chica.
Las camas de ambos estaban casi pegadas, con un poco de espacio entre medias suficiente para circular por alli.
-«Claro, no tengas miedo. No te pasará nada mientras esté yo aquí«- le dijo el amigo de forma dulce, mientras la agarraba la mano.
-«Dios, tienes la mano bastante fría, yo en cambio me estoy asando de calor!!«- le decía la chica.
-«En esta cama no hace tanto calor, corre la brisa, si quieres te cambio la cama.«-le ofrecía el chico.
-«Jajaja, no, tranquilo, así estoy bien«- dijo la chica reconfortada por sentir la compañia de su amigo.
Siguieron charlando durante varios largos minutos, incluso riendo. La chica ya no estaba agobiada, ni tenía miedo, porque sentía la calidez que ofrecía la compañía de su amigo. Estando acompañada, se sentía mejor, con más seguridad… pero no dejaba de pensar en el momento en el que su amigo se iría y volvería a estar sola.
En ese momento, su amigo entró en la casa, apagando en el cenicero el cigarrillo que se estaba fumando afuera: -«Caray, si llego a saber que tú sola te lo pasas tan bien, riéndote a carcajadas, te habría dado un poco más de cancha. Apenas me dabas tiempo para fumarme un cigarrillo a solas, para pensar en mis cosas«.
La chica ya no se reía. Seguía sintiendo el frío de lo que la estaba cogiendo de la mano, a la vez que miraba a su amigo de pie en la puerta, mirándola, extrañado. Giró la cabeza rápidamente a su mano, alarmada.
No había nadie.